Todos los movimientos revolucionarios en el mundo los propician los jóvenes. Eso lo sabe Sigrid Bazán, presidenta de la Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad Católica, quien ahora pertenece al colectivo “Indignación Nacional” junto a otros líderes universitarios. Antes había sostenido que a los jóvenes ¡hay que escucharlos! Sí señor y ya anuncian que de todas maneras se movilizarán este lunes 22 en la Plaza San Martín. La joven ha declarado que: “Gracias a las movilizaciones que se ha producido este giro”. “¡Dónde estaríamos ahora si no hubiésemos salido a las calles? Ahora vemos que estas movilizaciones dan frutos; por eso nos moveremos para exigir que se haga justicia frente a hechos similares. La presión de las redes sociales y mediáticas que han llegado a visibilizar estas movilizaciones también ha ayudado bastante. Vamos a seguir insistiendo hasta que se elija un nuevo Tribunal Constitucional, del mismo modo con la Defensoría del Pueblo”.

Todo había empezado así. Un varazo policiaco en el lomo del actor Santiago Maguill y un beso energúmeno en la conciencia de la periodista Claudia Cisneros, ese miércoles 17 de julio, prendió la alerta para que los políticos desatinados se diesen cuenta que la reclama ciudadana había decidió ganar las calles. También recibían de su dulce medicina el guapo de Jason Day y la impetuosa Francesca Brivio. Gente como uno. Estaban furiosos pero candorosos. No eran jóvenes “antisistema” ni mucho menos, ni conocían ni en pelea de perros el local de un partido político. Hoy en el Perú nadie milita. Salvo los busquillas. Estaban indignados y la policía, palo con ellos. Torpes, y bombas con ellos. Cuidado. Luego de consolidarse la repartija de los cargos en el TC, DP y BCR, la indignación se hizo grito y chilla. Ese día desde las cinco de la tarde, la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos había convocado a un plantón en la Plaza San Martín. Así, estallaron las redes sociales. Luego, poco a poco, se fue llenando la plaza. Jóvenes y movimientos de izquierda se abigarraron mientras crecía la protesta. Tanto en facebook como en twitter, se promovía la marcha con los hashtag #todosalcongreso y #Noalarepartija. Ese fue el inicio del final.

EL RESFRÍO MORAL

En el olvidado libro de la conversa entre don Jorge Basadre y Pablo Macera se dice que, los historiadores modernos, por miedo a un resfrío moral, preferían mirar la realidad sentados desde sus oficinas porque después de todo la nuestra es una cultura del ojo pasivo, es decir, que sólo se ve lo que no se hace. Es que el Perú es un espacio real tan remoto de su Estado y su “clase política” que el buen García Márquez hubiera afirmado que entre el uno y el otro existen más de siete lenguas, casi la distancia desde el púlpito del padre Herculano al catre de Maruja Soplete de Azufre. ¿El resfrío moral? No. Es la influenza AH1N1 de antiguo. ¿Cultura del ojo pasivo? Sí, la flojera y descomposición política de estos días. Apatía cómplice, que le dicen. Y ese 17 de julio ocurrió lo que se esperaba. La repartija había obligado a escribir a un muchacho. “La indignación es la más legítima reacción ciudadana. No tiene que ver con cálculos políticos, sino con algo más profundo: ética y agallas. La de hoy es una página negra en la historia de la democracia reciente”.

Jóvenes marchando al Congreso

Hace un tiempo le pregunté a un conocido sicoanalista si el Perú era acaso un paciente complicado. “Cierto –dijo--, el Perú es un enfermo en estado terminal”. Luego añadió que creía que los problemas más graves de este país son la pobreza y la corrupción en perfecta relación con la anomia, es decir, la falta de valores en analogía con la mentira, la hipocresía y la codicia. Decía pues que existía la voracidad desmedida producto de una psicopatía que determina que una persona cometa actos incluso consientes sin sentir remordimientos. Entonces le insistí ¿Usted diría que el país no tiene cura? Y él dijo: “No. Pero si puedo afirmar que es un país de miles de enfermos. Eso de la cura es otro problema que se originan en los tiempos. Luego de la conquista y desde que el Perú es Perú y desde que la República es República. El Perú ha estado siempre convulso y los problemas que ahora lo aquejan los han aquejado hace mucho tiempo. Son flagelos conocidos por toda la gente y nada se hizo ni se hace”. Fin de las preguntas.

EL BOTÍN Y EL PODER

El abogado chiclayano Rolando Sousa estaba con su familia en una peregrinación mística en Jerusalén. Mientras oraba, dizque digitalizaba la distribución y canjes de cargos de control del poder en el Perú. ¿Sousa? Sí, el mismo abogado de Fujimori grabado en Japón y hoy, todavía elegido en el TC. Sí pues, el país está enfermo. Así, el Congreso es la institución que mejor refleja este estigma y afección. La pulmonía moral la padecen 130 parlamentarios encargados del ensuciamiento de las instituciones. Repartija significa distribuir y compartir el poder. No siempre fue así. El poder despótico ha ido en avance. El tejido malsano se articula al continuismo post Fujimori y éste al desprecio de la cultura –la Feria del Libro es un trajín solo para el lucro—y a los programas de la “telebasura” con sus noticieros morbosos y sus estupidizantes programas como “Combate”, ·Esto es guerra”, “Ponte play”. ¿Tanto así? Peor. Todos estos factores no son casuales. Sumados determinan un peruano sin brillo y sin esperanzas actor de una democracia sin partidos.

El círculo de abre. Hay un diseño perverso del conocimiento integral –la educación y el saber--. Este diseño no se origina en el hogar. Lo remplaza una escuela que forma ciudadanos para la producción masiva no socializada. Se domestica para ser deglutidos luego por los medios de comunicación. Esa educación siniestra crea sujetos mononeuronales que son afines a interpretar al sistema, sus instituciones y los discursos burocráticos. La economía impone así modelos maliciosos de vida. Hay confusión de pertenencias y anclajes. El Perú entonces es una marca. Se crean climas de socialización en eterno conflicto. Hay una crisis de los paradigmas, de la identidad, de una democracia en base a la confianza. Soy profesor universitario. Constato todos los días la deshumanización que producen los programas. Al joven se lo mide por su capacidad de repetir y no de conceptualizar y abstraer. Así, se lo sujeta y amolda a una disyuntiva estúpida entre la enseñanza pública –que es más inicua—y la educación religiosa arbitraria y ancestral. Cierto, al joven se lo obliga al DNI y que vote. Pero es una democracia travestida creada por la “clase política” propia de un diseño igual de perverso que se acopla al de la mala educación. Cerrado el círculo