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La agonía de los “clasemedieros”

O la extraña forma de medir ingresos y gastos en el nuevo sector social de los llamados “emergentes”. De la cultura combi al “camionetazo”.

Publicado: 2013-08-08

Mis primas, las Saco Vertiz, eran ricas y famosas en Lince. Fernanda, la menor hasta salió con su minifalda y sus piernotas en Ellos & Ellas. En el verano iban a Ancón. Teresita, la mayor, esa vez volvió embarazada. Mis primas no comían Cau cau. “Es de cholos”, decían. En realidad, choleaban a todo el mundo. Ellas inventaron los “baby shower” y el dedo meñique. Su papá trabajaba en el Banco Popular, nunca lo ascendieron y le gustaban Los troveros criollos. Que viva el criollismo, gritaba cuando se emborrachaba con Pisco Vargas. Mis primas estudiaban en el ICPNA y ahora viven en Miami. La última vez que mandaron fotos lucían gordas y feas delante de una 4x4 de segunda. Como ellas, su generación que se quedó en Lima, era de clase media tradicional. Blancos pobres, que le decían. Ahora están en proceso de extinción. Qué pena.

La clase media en el Perú es un oxímoron por vanidosa y un pleonasmo por menesterosa. Un informe reciente del BID dice que el 70 % de la población en el Perú pertenece a la clase media. Canallas, para ello sustentan que para pertenecer a este sector basta con un sueldo de 900 soles mensuales. ¡Qué! Soy enemigo de las estadísticas. Son las zorras de las matemáticas. Como adicto al mercado Minka sé que nadie posee una camioneta 4x4 —ni china-- con esa cantidad y nuestras calles y avenidas van atrancadas de ellas. Sin embargo, ningún smarphone Nokia Lumia 920 o un reloj Maurice Lacroix le otorgan a uno caché y prestigio como una camioneta Land Rover Range Rover v8. Un ‘lorcho’ con esa caña bien puede considerarse un Carlos Slim o un Bill Gates del emprendimiento cuy.

Soy clásico del pobre, vivo en Jesús María y tengo novia en Los Olivos –el Beverly Hill de Lima Norte--. En mis pagos no se nota. Mis vecinos mantienen su status Toyota y hasta idolatran sus VW. Enemigos del ruido y el claxon, conducen con apatía de vieja tejiendo bufanda. Allá, en el norte, no. El ascenso social los hace inmunes al orden. Sufren de la anomía que les otorga sus tarjetas de crédito y el dinero plástico. Cierto, la mayoría ha pasado de la hedionda “cultura combi” a la fragante “cultura del camionetazo”. Así, son prepotentes y achorados. Todos usan armas de fuego. Miran como sicarios y caminan como “marcas”. Sus 4x4 vienen con discoteca incluida. Maduros, oyen a los One Direction y portan hasta 5 celulares. Entonces conversan, se cruzan, se meten, tragan manzanas, tararean, se tiran pedos, gilean, eructan, hablan con la otra, dan órdenes a sus lacayos por su USB debugging micrófono aparte y leen su Trome.

La verdadera clase media –para Arellano Marketing-- está entre los (NSE) tradicionales. El concho de la C y un toque de la B. Es más, las empresas de investigación serias afirman que apenas un 28 % de los peruanos son de clase media -según nivel de ingreso-, pero cuando se le pregunta a la gente: ¿A qué clase pertenece? Un 56% se siente clase media. Es verdad, esta nueva clase media en base a los sectores emergentes, crece hace 50 años cuando llegaron como migrantes. Desde ese tiempo han acumulado propiedades y generado sus pequeñas y/o enormes empresas. Ergo, este sector no necesariamente tiene las costumbres y sigue la forma de actuar de su ADN tradicional, presenta códigos musicales, artísticos, culturales y económicos diversos. Pero los domingos, chapan cuy y se emborrachan metiendo tiros.

El peruano de marras es un migrante genético y un trashumante empedernido. A la cifra que manejaba el Dr. Teófilo Altamirano en 1985 donde se explicaba las 70 mil instituciones provincianas que operaban en Lima, sería bueno recordar las investigaciones de José Matos Mar sobre el origen de las barridas en los 50: Desborde popular y crisis del Estado, y las culturas hibridas y barrios marginales en los textos Carlos Iván Degregori. ¿Qué se explica? La permanente y castrante búsqueda de la modernidad y el fracaso de su representación política. Así, el peruano del anexo viaja al distrito y luego a la provincia y de ahí a la capital del Departamento y luego llega a Lima y ya está buscando cómo irse Argentina o España. Errante errático, por no decir vagabundo, no tiene anclajes y pierde su identidad.

La nueva clase, no digo media sino “intermedia”, además de ser prepotente y arrasadora milita en los tres tipos de economía: La formal, la informal y la delictiva. Tiene talleres, son dueños de una flota de moto taxis y lava dinero en los chifas. En Los Olivos una familia de cuatro personas acostumbra ir a un restaurante o al multicine una vez por semana. Sus hábitos de consumo los ha trasladado a los nuevos centros comerciales. Este limeño de nuevo cuño es conchudo. Y está bien. Invade Mega Plaza como se mete en el CC Caminos del Inca. Fachoso, porta licencia de patán. Antes, se cohibía de ingresar a los restaurantes gourmets. Hoy, atropella en las tiendas fichas y paga por un par de zapatillas hasta 500 dólares. O sea, ha roto el espacio de la segregación.

Pedro Francke a quien conozco de analista serio le ha pegado su buena zurra a los genios del Banco Interamericano de Desarrollo. De acuerdo con lo que también afirma el economista Enrique Vásquez, no puede existir un 70 % de peruanos que militen en la ‘clase media’ cuando el mismo BID dice que en el Perú el 40 % somos pobres. Por ello hablan de una “media clase”. De que en nuestro querido Perú, en economía, 2 más 2 da 7 si es de día y 3 cuando cae la noche. Insisto, dudo del Opus Dei más que del INEI, que hoy no quiere censar a los gay. Dije que intento ser clásico pero no soy un reverendo reaccionario. Así, veo cómo los Wong y los Vivanda andan repletos. Observo que los peruanos –los he visto en Piura, Trujillo, Ica, Arequipa etc.— tienen una capacidad de gasto que antes no existía. Y está bien.

Pero resumiré una vez más. Un peruano de la nueva clase intermedia todavía rebuzna entre el Caldo de Gallina vs. Combo 1 McDonald. Aparecen los restaurantes campestres en Santa Eulalia, Pachacamac y en Cienaguilla. Ahí se refutan las identidades nacionales y las cocinas departamentales reclaman un lugar en las ciencias sociales. ¿Comemos igual todos los peruanos? No creo. ¿Tienes trabajo? ¿Eres informal? ¿Cuánto vale tu Audi? La oferta es múltiple y cruel y tiene el vómito de la corrupción. Persisten dos formas de existir. Dos conceptos de trepar al cielo del éxito. Hay pues dos países cohesionados y en conflictos simultáneo. El Perú combi y el del camionetazo, todavía.


Escrito por

Eloy Jáuregui

Poeta, cronista, ensayista y catedrático. Es especialista en temas de cultura popular urbana, periodismo digital y redes sociales.


Publicado en

Caza propia

Periodismo literario y otras novedades del reino del Perú.