Cae la noche en el campus de la universidad Católica y en medio de la pronta y espesa oscuridad, una cabecita blanca resplandece contra el atardecer tardío. Es el padre Gustavo Gutiérrez quien ha llegado puntual para la presentación del libro “Texto de espiritualidad”, una selección de sus voluminosos trabajos sobre teología de la liberación que ha venido labrando durante más de 60 años. La introducción es de Daniel G. Groody y fue publicado por el Instituto Bartolomé de las Casas y el CEP. El auditorio de la Facultad de Derecho alberga a cerca de 400 personas, la mayoría religiosos, algunos profesores, muchos amigos y seguidores. Como nunca, todos están felices y provistos de una sonrisa singular. El padre Ernesto Cavassa, la hermana Consuelo y el Dr. Salomón Lerner Febres han ocupado la noche con sus palabras y gestos y el padre Gutiérrez sentado en primera fila, humilde, como siempre, oye aquellos argumentos que han servido para erigirlo como el peruano más universal de estos tiempos.

Y uno, en medio de los espectadores solo entiende que esta espiritualidad funciona en tanto la fe religiosa se articule con Dios y con los pobres y miserables. No hay otra manera de entender un término y un concepto tan pobre y empobrecido en estos tiempos. De eso hablaron los expositores, de un Jesús narrador y narrado, de aquel silencio y oración con enérgica claridad y comunicación. Entonces todos aceptamos que el padre Gutiérrez es el intelectual público que no solo opera como un gestor de ideas sino como un actor moral y es la versión moderna de un profeta que siempre será rebatido por poderosos, injustos y segregacionistas que no entienden que su lucha es una hermenéutica de la fe con esperanza.

Hace un tiempo, el padre Gustavo Gutiérrez apareció de paisano al abrir una puerta desvencijada y desde el momento que me extendió la mano, me miró y articuló su: ¿cómo le va?, yo supe que estaba frente a un ser absolutamente diferente. Allí, en el espacio oscurecido y húmedo de la pequeña parroquia de Cristo Redentor en la calle Inca del distrito del Rímac, sólo su mirada iluminó con epifánico resplandor ese lunes de esperanza. Su mirada tras sus modestos anteojos me decía de una persona abnegada y cristalina. No obstantes, fue difícil conseguir esa entrevista. El padre Gutiérrez había obtenido el Premio Príncipe de Asturias en paralelo con el gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski, y como siempre estaba con su tiempo congestionado. Él es un hombre de baja estatura y lleva perennemente un bastón. Pero cuando habla y mira profundamente, es un gigante lleno de lucidez y bondad.

el padre gustavo gutiérrez

CRIOLLO Y CATÓLICO

Gustavo Gutiérrez Merino nació un 8 de junio de 1928 cerca al centro de Lima en el barrio de Monserrate o también conocido como Cuartel Primero. Zona de bohemia y jaraneros, la tierra de María Jesús Vásquez y Pedrito Otiniano, entre otros. El área es especial porque ahí quedan la iglesia de las Nazarenas y la primera iglesia que se conserva de Lima, el templo de San Sebastián. Y el padre Gutiérrez fue bautizado en este templo igual que San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima. Y el mismo padre Gutiérrez confesaría que era descendiente por la vía materna de las dinastías quechuas, y por ello está arraigado al destino del Perú. Era travieso en ese entonces y ya estudiaba la secundaria en el colegio Maristas de Lima. Pero ahí comenzaron sus dolores. Su salud endeble y precaria fue atacada por una grave osteomielitis que le impedía caminar. Su familia se muda a Barranco donde vivió casi inmóvil hasta los 18 años cuando terminó la secundaría en el colegio José María Eguren junto al gran poeta Juan Gonzalo Rose quien influyera en esa manifiesta y muy pronto, gran sensibilidad por la poesía y la mística.

La noche del último lunes 27 de mayo en la Católica, apenas pude saludarlo en una fila de sus seguidores que ora querían que le firme el libro y ora que lo quería llevar a Trujillo y más allá. Otros, que necesitaban de una misa y yo que quería otra entrevista. A todos nos contestó con ternura. Oía, miraba y decía, póngase allá, espere por favor un momento. Y entonces me contó que en 5 días se regresaba a Chicago, Illinois, donde vive en la Fraternite Notre Dame, un noviciado-seminario para futuros sacerdotes, y hermanas religiosas. “Estoy mal con los bronquios”, me dijo. En efecto, tosía cada cierto momento. Su camisa blanca y su chompa modesta no lo abrigaban lo suficiente. Pero él no necesitaba, estaba abrigado con la alegría que esa noche nos embargaba a todos.

Un joven se le acercó con el libro. El padre Gutiérrez lo interrogó ¿de dónde es usted? Soy de San Marcos le dijo. Esa es mi universidad, replicó jubiloso el religioso. Cierto, él había ingresado a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de San Marcos donde estudia del 1947 al 1950 pensando en alcanzar un día la especialidad de psiquiatría. Pero el mundo era más que injusto. El padre Gutiérrez a las 24 años toma la decisión de ser sacerdote, luego de militar en el grupo Acción Católica y esa opción vocacional le va a llevaría, por razón de estudios, a entrar en contacto con diversos países europeos, donde leerá y conocerá a los mejores teólogos como peritos en el concilio Vaticano II. Luego estudia filosofía en Lovaina (1951-1954). Continúa estudios en la Facultad de Teología de Lyon (1955-1959) y en Roma, frecuenta la Universidad Gregoriana, donde obtiene la Licenciatura en Teología (1960).

LA FE DE LOS POBRES

Cuando se le pregunta que cómo comenzó esta historia el padre Gutiérrez dice: “En una oportunidad me invitaron a tratar el tema de la pobreza en Canadá. Era 1967 y yo quería tener una opción distinta a “El corazón de las masas” de Voillaume quien evitaba tratar el aspecto social cuando hablaba de los desvalidos. El año de 1968 es clave para entender la historia última de los peruanos. Fue en esa fecha que el padre Gutiérrez comienza a perfilar su pensamiento y su fe desde la perspectiva del pobre y del excluido. “Un 22 de julio de 1968 –recuerda el sacerdote—me pidieron que trate el tema que se hablaba por esa fecha, ‘la teología del desarrollo’ y yo dije que no. Yo decía ¿cómo anunciar el evangelio hoy? La teología se hace para anunciar el evangelio al servicio de la Iglesia.

Y habían tantas tendencias que pensaban en la teología como una metafísica religiosa, no como anuncio histórico de liberación”. Desde esa vez le surgieron contrarios que hasta lo tildaron de marxista. Pero en ningún momento el Vaticano reprobó la teología de la liberación que como afirma el padre Gutiérrez, “Trata de Dios, solo del amor de Dios y la vida de Dios que son finalmente, su único tema”. Sus influencias fueron siempre las ideas creativas humanistas de otros, religiosos o no. Ahí está el pensamiento de Virgilio Elizondo, Johann-Baptist Metz, Paulo Freire. Y hasta Camus, Sartre, Luis Buñuel, Ingmar Bergman pasando por los peruanos Felipe Huamán Poma de Ayala, César Vallejo y José María Arguedas.

Conocido es también el enfrentamiento con un sector de la iglesia en el Perú. Yo había escrito hace un tiempo: “Monseñor Cipriani es insuficiente para tanto pecador y tanto pobre en el Perú. Repito lo que dicen aquí en mi iglesia, que no se puede con tanto corrupto, también. No obstante, el país es religioso hasta sus cachas. A más pecado, ponga yo amor, dice en su sermón el prelado. Sin embargo, en la iglesia San Felipe Apóstol de San Isidro, temo decirlo, cada domingo después de la misa, veo a menos feligreses y no a esa multitud que solía acompañar los fastos del Señor todos los fines de semana. Por ello, luego es estar en el Cusco y en Ayacucho en medio de la Semana Santa, regreso a Lima comprobando que a este país cada día le faltan más normas pero les sobra fe. Así, debo confesar, que desde hace buen tiempo vivo asombrado por tamaña devoción. La de las procesiones, el de fiestas de guardar, el de la entrega a los capítulos divinos y a la militancia religiosa católica que aprendí de niño”.

Estaba esa noche con una tos de perro, ya lo dije, este peruano ilustre que enfermó de muy joven y que se sensibilizó con los sufrimiento físicos, psicológicos y espirituales de los otros. Aquello le enseñó mucho acerca de la esperanza, la compasión y la solidaridad. El mundo católico sabe así que hay una iglesia activa y humana en acabar con las diferencias económicas y las exclusiones sociales. Que el padre Gutiérrez vive junto a muchos trabajando en ese canto de convicción con actos muy rotundos y que dichosos aquellos que lo acompañan admirando su entrega y su esfuerzo. Cuando ya nos vamos, recuerdo esas palabras proféticas del padre Gutiérrez: “Cuando yo muera le pido que tengan en cuenta que yo ame mucho más de lo que nunca me atreví a decir”.

CONTRA LOS CONSERVADORES
“El padre Gustavo Gutiérrez no sólo es un intelectual brillante, un sacerdote como hay pocos, es sobre todo un humanista que ha logrado conciliar el pensamiento teológico con la acción social. Por ello, mucha gente lo admira porque les ha dado una guía para darle un sentido a la vida, sirviendo a los demás, amándolos y ayudándolos. Es probablemente el teólogo más práctico que conozco, pues su verbo de inspiración evangélica es un llamado al comportamiento de las personas, basado en la caridad, en la solidaridad y en la compresión. Quizás, por ello su pensamiento es incómodo a aquellos conservadores que piensan que la pobreza es un castigo de dios, y no un resultado de procesos sociales que se basan en principios éticos distintos a los del Padre Gutiérrez, y que ahora están muy arraigados en el neoliberalismo predominante. El egoísmo (self interest), el individualismo, el afán de lucro desmedido y otros, han permitido el crecimiento económico, cuya característica es que "chorrea para arriba" como él mismo ha señalado en varias oportunidades, por ello las desigualdades no se reducen. Por esto, la Teología de la Liberación del padre Gutiérrez, que es más libertaria que el neoliberalismo, porque al igual que Amartya Sen, el desarrollo humano no puede alcanzarse sin libertad y la libertad debe ser igual para todos”. Efraín Gonzales de Olarte. Vicerrector Académico. Pontificia Universidad Católica del Perú.
LA BIBLIA DE LA BIBLIA

En la primera edición de su célebre “Teología de la Liberación. Perspectivas”, Gustavo Gutiérrez presentaba su proyecto teológico como una reflexión crítica de la praxis histórica. Así escribía: “La teología como reflexión crítica de la praxis histórica es así una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también de la porción de ella -reunida en ecclesia- que confiesa abiertamente a Cristo. Una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose -en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal- al don del reino de Dios” (…) “La teología de la liberación está estrechamente ligada a esta nueva presencia de los que siempre estuvieron ausentes de nuestra historia. Ellos se han convertido poco a poco en sujetos activos de su propio destino, iniciando un proceso que está cambiando la condición de los pobres y oprimidos de este mundo. La teología de la liberación (expresión del derecho de los pobres a pensar su fe) no es el resultado automático de esa situación y de sus avatares; es un intento de lectura de los signos de los tiempos (...) en la que se hace una reflexión crítica a la luz de la Palabra de Dios. Ella nos lleva a discernir seriamente los valores y límites de este acontecimiento”. Teología de la Liberación. Perspectivas, Salamanca, 1972 (TL 1972), pp. 40-41.


Publicada en la revista “Variedades” Edición 325. 31/05/2013