Carlos Castaneda nunca existió. Sus libros sí. Su misterio, también. Durante buen tiempo –casi toda una vida—vivió de un seudónimo ocultando la virgulilla de su apellido postizo. La virgulilla es el bigote de la N para sea Ñ. Tenía su propósito Carlos, sin bigotes. Su sobrenombre lo hacía un hombre para los negocios en los EE.UU. Así fue un Carlos traidor a lo único que le otorga dignidad e identidad a la lengua en español: la ñ. Sin la ñ, su obra fue descomunal como el vuelo de su imaginación que no siempre tuvo buen aterrizaje. Sus libros producían resaca. Pero el lector avieso y travieso, lo seguía como a las drogas expansoras de la conciencia: el peyote, los hongos y la datura. Sus libros eran sobre drogas, las duras. Castaneda fue en realidad el peruano César Salvador Aranha Castañeda (hijo de César Aranha Burungaray, relojero y joyero, y Susana Castañeda Novoa, ama de casa) nació en Cajamarca en 1925. Murió en 1998 en Los Ángeles. Muchos creen que sigo vivo, como el que escribe este texto.
Leí “Las enseñanzas de don Juan”, el libro inicial de Castaneda mientras me recuperaba de una involuntaria cirugía bajoventral en el otrora Hospital del Empleado de Lima. Era el principio de la década del 70 y yo andaba pegado a la psicodelia y la contracultura. Ese libro, autobiográfico y sincrético, articulaba los alucinógenos, los rituales toltecas mexicanos, el misticismo y la religión. Así fue mi credo y mi anestesia. Castaneda se había adelantado a Deepak Chopra y Paulo Coelho. Ergo, fue escritor bestseller como denominan los marketeros a los “mejor vendidos”. Castaneda se vendió al mejor postor como buen pastor con rebaño alucinado. Fue así escritor de culto como le dicen los incultos. Escritos en ingles –en español hubiesen sido folclóricos—, sus libros inmediatamente fueron traducidos a los idiomas más estrambóticos del planeta. Carlos era estrambótico también. Lo repito, lo leí en un hospital y fui curado para siempre del susto.
Aunque sus críticos señalan que la saga de sus textos es una farsa – “Viaje a Ixtian”, “Una Realidad Aparte” o “Relatos de poder”--, Castaneda siguió vendiendo. Los especialistas en literaturas exactas –que no existen—insistieron que sus libros apenas se leían como obras de ficción. Así, no eran verificables como ordena el canon de las ciencias. Entonces no llegan al rigor de la antropología y de esa manera traicionan las tradiciones de los indios yaquis. Cuando no, los críticos. Esos carroñeros en captura de nuestra creatividad poco entendida. La envidia es la vía de la apetencia hechizada. He aquí que Castaneda vence el dictamen del análisis. Su arte trata del universo de la cultura Mesoamericana en la zona de México. Su visión aprecia entonces un nivel elemental para entender una cultura de origen autónomo, como son Egipto, Mesopotamia, China, India y Perú. Castaneda era peruano de la zona de Cajamarca límite con la sierra de Piura. Del área de chamanes y brujos. Entonces, sí sabía de la otra ciencia, la de la conciencia.
En la madrugada del 10 de septiembre de 1951, Carlos Arana (luego Castaneda) está en el pequeño embarcadero del Callao. Ahí aborda el S.S. Yavari, un vapor que llevará a otros 16 peruanos a San Francisco (Manifiesto de la embarcación de fecha 23 de septiembre de 1951). Hoy se sabe que antes, le había escrito a su padre una carta: “Me voy en una jornada muy larga. No les sorprenda si no saben más de mí”. También le deja otra misiva a su prima Lucía donde le explica que se enrolará al Ejército de los EE.UU donde probablemente sufra heridas físicas y mentales. ¿Exagera? ¿Miente? ¿Inventa? Sí y no. Carlos se iba a la guerra de la alucinación y la quimera. Y triunfó. Sus textos son básicamente bien escritos, cuenta, narra, relata de experiencias del delirio. Y lo hace bien. Así, desde un principio, dijo ser brasileño y ese fue su final. Vivió del cuento y todo tiene su final Luego lo reconocieron. Luego, acorralado confesó lo de la ñ ausente de su apellido y que era peruano, de Cajamarca.
Está confirmado que Castaneda asistió al Colegio Fiscal Nro. 91 en Cajamarca y luego al San Ramón donde estudia la secundaria. En 1948 la familia Arana ya está ubicada en Lima e inaugura una de las viviendas sociales que había alentado el presidente Odría en El Porvenir, La Victoria. Ese mismo año Carlos logra ingresar al Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe y luego ingresa a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Ahí lo conocen el diseñador José Bracamonte que luego lo recordaría como un tipo “vivaz, imaginativo, gracioso, un gran mentiroso y un amigo real siempre pensando historias irreales. Siempre hablando acerca de Cajamarca, sin embargo nunca mencionaba a sus padres” (Revista Time Marzo 5, 1973 p.44.) Otro de sus conocidos en ese tiempo es el artista Víctor Delfín quien también lo recuerda como un sujeto especial. “Era fabuloso para mentir. Un tipo muy capaz, agradable y sumamente misterioso. Un seductor de primera línea. Recuerdo que las muchachas solían pasar la mañana esperándolo en las Bellas Artes”.
“Las enseñanzas de don Juan” empiezan como arrancan las buenas historias, desde el principio. Dice Carlos en el Capítulo I: “Durante el verano de 1960, siendo estudiante de antropología en la Universidad de California, los Ángeles, hice varios viajes al suroeste para recabar información sobre las plantas medicinales usadas por los indios de la zona. Los hechos que aquí describo empezaron durante uno de mis viajes. Esperaba yo un autobús Greyhound en un pueblo fronterizo, platicando con un amigo que había sido mi guía y ayudante en la investigación. De pronto se inclinó hacia mí y dijo que el hombre sentado junto a la ventana, un indio viejo de cabello blanco, sabía mucho de plantas, del peyote sobre todo. Pedía mi amigo presentarme a ese hombre”.
Advierto que la experiencia de haber trabajado (entrevistas, crónicas y “limpieza”) con brujos peruanos del área de Las Huaringas (Piura, Huancabamba), el conocer el uso del San Pedro y la Ayahuasca (Pucallpa) y la lectura de la obra del maestro Dimas Arrieta Espinoza y sus libros “Camino de las Huaringas”, “El reino de los guayacundos” y “El jardín de los encantos” (Fondo de Cultura Peruana. Lima 2008), sobre la chamanería del Ande piurano, posibilitó la lectura distintas para entender esta ciencia diferente por ancestral y profunda. No se puede entender la obra de Castaneda sin cambiar el concepto que tenemos de nosotros mismos y del mundo. “Don Juan”, por ejemplo explica que el mundo, además de ser como nosotros lo percibimos, es también un mundo de cargas energéticas. El mundo ‘occidental’ se entiende a través de la razón. El universo que cuenta Castaneda, se puede percibir evitando el uso de la razón; es decir, a través de la percepción directa de la energía. Los toltecas sostienen que el ser humano tiene otros elementos con los que puede percibir el conocimiento que se encuentra en la “otra realidad”, tan cierta como la que hemos aprendido a percibir desde niños con el uso de la razón. Ese es un aporte trascendental.
Castaneda o César Arana murió en Los Ángeles en 1998. En esta vida tuvo decenas de millones de lectores en todo el mundo y fue investido como el padre espiritual del New Age. Arturo Granda, periodista peruano cuenta en su enorme crónica “Las últimas noticias de Castañeda” en la revista El Malpensante Nro. 47 (Julio de 2003), que para seguir las huellas de Castaneda es resbalar también dentro de una caja china de historias confusas. Granda descubrió cartas y fotografías inéditas, y escrito un perfil menos brumoso a través de conversaciones con su familia y amigos. Las preguntas están repicando todavía: ¿Quién fue Carlos Castaneda? ¿Un guía espiritual? ¿Un fabulador afortunado? ¿Un farsante desenfrenado? En 1981, en el prólogo a su libro “El don del águila” escribe: “Lo que estoy describiendo es extraño para nosotros y, sin embargo, es real”. Oficialmente solo existen unas cuantas fotos de Castaneda. No le gustaba ser fotografiado o grabado porque, decía: “Es una manera de fijarle a uno en el tiempo”. Y cuando murió Don Juan sentenció: “No había muerto, sino ardido desde dentro”. Castaneda sigue vivo, ardiendo para afuera, aunque este muerto.
- HIPPIES Y PSICODELIA
- “Hoy, el nombre de Carlos Castaneda no es popular. Sin embargo, en tiempos de hippies y psicodelia las librerías gringas vendían dieciséis mil ejemplares semanales de su primer libro: Las enseñanzas de don Juan. Pocos saben que esas páginas fueron la tesis del doctorado en antropología de Carlos Castaneda en la Universidad de California. El libro resultó tan extraño y fascinante que Federico Fellini anunció sus intenciones de filmar una película con base en él pero tuvo que renunciar al proyecto después de recibir amenazas de muerte. Castaneda se había convertido en una celebridad; Estados Unidos se hallaba en conmoción por la guerra de Vietnam, y por todas partes se propagaba el credo de la rebelión pacifista. Leer a Castaneda era sumergirse en el mundo alucinado de los indios mexicanos, con quienes el autor aseguraba haber descubierto las drogas. La revista Time ordenó una cacería mundial de don Juan Matus, el indio yaqui que según Castaneda lo había guiado en su aprendizaje de chamán, para confirmar si de verdad existía o era un invento del autor. Ante la fama inesperada, el antropólogo superstar decidió borrar su historia personal, declararse brasileño, chicano o gitano, cuando no la reencarnación de un faraón egipcio, y esconderse tras seudónimos como Salvador Castaneda, Isidoro Baltasar y Joe Córdova. / Fragmento de Arturo Granda, revista El Malpensante Nro. 47
- LA MUERTE EN LA OTRA VIDA
- “Don Juan, en su tradición es único al considerar que la muerte es un punto de disolución, una referencia a todo lo que hacemos. Pero, él quería trascender la muerte y cambiarla. Sabía que moriría, que se extinguiría inevitablemente. Pero adoptó la opción de cambiar la finalidad de la muerte y transformarla conscientemente en algo diferente. No quería dejar su cuerpo (ya lo dije anoche). Esto me parece una idea absurda, me es imposible concebir lógicamente como occidental que la intención de don Juan tuviera validez. No dejar el cuerpo es absurdo. Y eso era lo que él quería para él y para su grupo, que fueran capaces de trascender esa cosa inevitable que es la muerte y dejar que la fuerza viviente se escape del cuerpo. Él consideraba que la fuerza viviente tenía la suficiente capacidad como para transformar al cuerpo en energía pura, lo opuesto a lo que nos pasa a nosotros, hombres del mundo cotidiano. Dejamos que la fuerza viviente se escape del cuerpo y que éste se extinga como un organismo muerto, inerte. Para mí eso es único, no conozco a ningún autor que me haya dado una idea similar a la de don Juan en su búsqueda de la libertad y en la transformación del cuerpo en energía pura”. / Como le contó Carlos Castaneda a Héctor Loaiza en “Conversación con Carlos Castaneda, explorador de lo desconocido”.