La sazón del texto
Casi un desconocido, Adán Felipe Mejía “El corregidor”, es uno de los cultores del mejor periodismo hecho en el Perú a mediados del siglo XX. De un estilo fino y filudo, su obra merece ser vuelta a revisar.
Escribir bien y con estilo es como cocinar rico y con amor, decía Adán Felipe Mejía “El Corregidor”, con desparpajo, enjundia y prosapia. Mejía fue un hombre de hambre, hedonista hasta sus cachas y periodista integral a mediados de los cuarentas del siglo pasado. Años cruciales por lo de la Segunda Guerra Mundial, el ascenso de Bustamante y Rivero, la frágil alianza del Frente Democrático Nacional (FDN) y posterior golpe de Estado del general Odría. Cronista como los mejores, fue querido y odiado en su tiempo en una Lima llena de embrujos, entuertos y oprobios. Pero aun así, fue un columnista popular, de lectores cautivos, de un estilo filudo y musical, poético e inclemente. Muy pocos lo recuerdan hoy, por ello la razón de estas líneas.
Debo confesar que uno de los primero libros –que no eran de aventuras ni de romances ardorosos— que tuve como mis favoritos fue “Ayer y Hoy” de Mejía y que hoy conservo en mi biblioteca. Editado Por Sandro Mariátegui en febrero de 1959 en ediciones Tawantinsuyo y en los talleres de la Librería e imprenta Minerva de Surquillo, el libro hablaba del “arte de la cocina limeña-nacional”. ¿El arte culinario? Más. Mejía sabía del sabor de las palabras, del regusto en el connubio de las frases. El texto tiene cuarenta crónicas escritas entre los años 1946 y 1947 y publicadas en el diario La Prensa. En aquel tiempo, el libro pasó inadvertido a pesar de ser jugoso y gozoso. Luego, trabajos de la socióloga Isabel Álvarez Novoa, lo hicieron un manjar. De ahí que sus investigaciones la llevaran a escribir un formidable ensayo “El Corregidor Mejía: Cocina y memoria del alma limeña”. (Universidad San Martín de Porres. Lima, 2002). Delicioso y de rechupete.
Otros ya habían destacado con los años el valor de El Corregidor. Ernesto More Barrionuevo, hermano de Federico More, el gran amigo de César Vallejo, lo consideraba un maestro de la prosa y un poeta de la prosodia. Así, el trabajo de Isabel Álvarez no hace más que reforzar ese hallazgo. Adán Felipe Mejía, según su investigación, había escrito cientos de crónicas –de todas las layas-- y no todas sobre cocina. Sin embargo, hay en los textos relacionados a la olla nacional, precisiones que no se había tomado en cuenta. El gusto, las variantes, los insumos, los estilos, los platos regionales, la exposición de los primeros migrantes andinos en Lima, la divina mezcolanza. Pero aunque Mejía no describe recetas en su obra y sí construye artefactos estéticos que retratan la emoción del cocinar, Álvarez, transforma las crónicas en verdaderas fórmulas para que cada unos de los potajes resulte un banquete.
Acaso Mejía recoge el estilo del ácrata español y mejor cronista, don Julio Camba –maestro en describir apenas la vívida vida--, o como dice Manuel Pantigoso en su ensayo “Adán Felipe Mejía, El Corregidor. El paladar de la palabra” (Editorial Hozlo S.R.L. Lima 2002), Mejía poseía un estilo peculiar, tan lleno de humor y polisemia de las palabras que tipificaban su maestría. El escritor-periodista Mejía fue eso, siguiendo su estética, en donde se concentraban los mejores acentos del romanticismo-costumbrismo, modernismo, posmodernismo y vanguardismo, había magia y genio. Debo señalar que en 1969 aparece otra recopilación con veintitrés de sus crónicas “De cocina peruana” (Editorial. RP. Villanueva) donde se demuestra esa maestría para darle brillo al uso más común de los humanos: el comer. Y vaya con que gusto y sabor.
El Corregidor no fue un escritor popular en su tiempo ni ahora. Si usted le pregunta a un estudiante de periodismo de estos días, no sabrá de su figura ni de su prosa en pelea de perros. Pero en su época era leído masivamente con constancia y admiración. Eso, y es que El Corregidor jamás firmaba sus textos. Pero los lectores podían reconocerlo por su gracia y gusto para comentar cualquier aspecto de la vida. En él existía plasticidad del lenguaje, atrevimiento, poesía, poder comunicativo y “maleadera” con harto ají y picardía. Ah eso sí, Mejía como hedonista que era, jugaba con las palabras, con los retruécanos y la paráfrasis. Técnicas propias de una amplia cultura, de tener una visión multidisciplinaria y sobre todo, de ese espíritu del “limeño”, conversador, “chismoso” y jodido.
Aquello de El Corregidor era el seudónimo como lo llamaban sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus parientes, sus hijos y hasta su esposa. Juan Francisco Valega confiesa en el prologo de “Ayer y hoy” que alguna vez le preguntó allá en su casa del distrito San Miguel, la casa del abuelo y de sus tías, en donde solía reunirse con amigos dilectos, todos literatos que, eran rectificados por sus las faltas de gramática que cometían al hablar, cuán fregado era Mejía. Dice Valega: “El Corregidor le pusieron y con ese mote se quedó. Este le venía muy bien porque le casaban los tres significados de la palabra: el de corrector gramatical, función que abandonó muy temprano, --corregido a su vez, sin duda, por la fuerza del apodo--, salvo cuando La Revista Semanal, en la que cometió la irreverencia de aludir a gazapos, y hasta a faltas de sindéresis, en los escritos de José de la Riva Agüero; el de un pájaro cantor, porque se pasó la vida cantando, y deliciosamente, --sus escritos no son sino un trasunto de esta calidad--; y el correspondiente en lo antiguo a determinados magistrados o alcaldes o concejales, por haber sido, en varias ocasiones, secretario del Concejo Distrital de San Miguel, y muy ducho en la legislación correspondiente y conexas, lo que corroboraba o hacía presumible una vocación frustrada al bufete, revelada también por su tendencia a repantigarse”.
Hace un poco más de un año, en el restaurante “Soy Perú” en el Cercado de la ciudad de Ica con mi amiga poeta Leydy Loayza, mientras enfrentábamos dos suculentos Chupes de camarones, caí en cuenta que las paredes del local estaba adornadas con frases de las crónicas del maestro Adán Felipe Mejía. Vaya sorpresa. Fue un hallazgo encontrarlo otra vez y de manera sorpresiva en un florido paraje del sur. Entonces sentí el ramalazo sápido de mis lecturas infantiles. El sabor de los chupes de mi madre, el gustillo de los buñuelos de mi abuela. No sé, aquel fue un almuerzo póntico, de rechupete e inolvidable. Hoy no acierto en tamaña nostalgia, si fue por los potajes, por la compañía de El Corregidor o por la ternura de mi compañera con la que quedé con sus aromas imborrables y su sabor inolvidable.
El Chupe de camarones
La obra cumbre de Adán Felipe Mejía bien puede ser este texto sobre el Chupe de camarones a la limeña. Aquí les presento un extracto. Atentos: “El plato criollo más bonito, es el chupe de camarones: ¡A la limeña! Todas las regiones del país -de esto no cabe duda- tienen su chupe personal y privado. ¡Cierto! ¡Sí! ¡Hay hasta un "chupe de piedras"... que inventó -nada menos- el mismísimo y rútilo don Nicolás de Piérola, en uno de los profusos episodios de sus cuantiosas montoneras... lo que contaremos otro día! (…)¡El chupe de camarones, es la cumbre y remate del proceso sopero nacional! ¡Metodológica... que tienes tres momentos felices: El caldillo de huevos. La sopa criolla, que es un perfeccionamiento del caldillo, empero lo complica. ¡Y el chupe de camarones!... ¡A la limeña!... ¡Que es la pared de enfrente de las sopas!... El chupe de camarones, es imperfectible. ¡Es la Venus de Milo del sopeo peruano! ¡Que el chupe de camarones a la limeña es muy bonito, no necesita demostrarse... basta con verlo y con probarlo! (…) El chupe de camarones a la limeña es la fuerza y la gracia, el atractivo colorista y el perfume somero y la potencia nutritiva vital... sin exageraciones ni alharacas...Es un plato que entona, tiene tono y está muy entonado con su coloratura delicada. Parece que lo inventó un pintor, para halagar a otros pintores. Es de un rosado fino, moderado, dilecto... ¡Es la actuación del tomate rojizo sobre la leche ebúrnea, provocando un mar rosa, para que boguen con soltura rosados camarones cocidos... y sin que desentonen ni las yemas del huevo, ni el pescado fritón, ni la papa amarilla! ¡Ni el queso y el quesillo! Ni la arvejita verdinuela... ¡Vamos a componer un choque clásico limeño! ¿Listos? ¡Bien! Ahora...¡Desabrochaos un punto la correa que os ciñe los calzones, que el chupe ha menester de holgada instalación... para luego expandirse muellemente por todo el organismo, nutrificándolo en vigorante lentitud!... Mientras en la olla grande se hace el ahogado, con cebollas, salsa de tomate latera, tomates encendidos, ajos, sal y pimienta; en el perolote se fríen trozos de corbina, enharinados sin exageración... Camarones tamaños, deben estarse listos, muy limpios y dispuestos. Abundantes... ¡Porque no hay que olvidarse que el chupe... es de camarones! ¿Ya? ¡Magnífico! Antes de que se nos queme el ahogadito, echemos las arvejas. Un puñado de arroz, que dé espesura. Algo de agua... ¡y a hervir, se ha dicho, caballeros...! Cuando el arroz y las arvejas den señal de ternura, se ponen las papas amarillas. Fuego. Ahora... viene la leche, la mejor, la que no ha sido adulterada por las manos herejes del lechero con agua de la acequia, y se espera a que hierva, muy alerta, con mucha vista y muy buen ojo, porque si nos dormimos... se redama. Cuando comienza a barbotar, se retira la olla con prudencia. Se les da el zambullón a los oscuros camarones, que se pondrán coloraditos al contacto del líquido furente, cuyo color ya es rosa vivo. Vuelve la olla a la candela. Se le agrega el pescado, frito ya. Luego, unos huevos frescos que se dejan caer de buena altura para que se hundan redondeados... ¡Un huevo por cabeza! Otros cuantos, batidos... para sapidizar. Al final, una rica pelota de quesillo disuelto en densa leche. Un amplio trozo de queso fresco, cáprico: aunque sea de infecta cabra que adolezca de fiebre malta aparatosa... puesto que le daremos su hervidita. ¡Otro copón divino! ¡Y... a la mesa señores! ¡Oh... oh... oh! ¡Ah... el chupe rosado en el plato sopero -lo más hondo posible- está en la mesa, enseñando las yemas ofensivas del camarón, también rosado!... Plato limeño. ¡Plato grande! ¡Grandísimo...! ¡Plástico plato! ¡Potaje de los dioses! ¡Dios te guarde... pero no en el museo! ¡Ah, chupe de camarones deliciosos! ¡Chupe vistoso! ¡Chupe enternecedor! ¡Chupe de rechupete! ¡Ah... me olvidaba...! ¿Y después?... ¡Vino blanco!... Esto era antes... ¿y hoy, dónde está el chupe? ¡¡¡Chúpate esa!!!” / Adán Felipe Mejía “El corregidor”.