“Tu nombre viene lento como las músicas humildes”. 

                                            -Carlos Oquendo de Amat.


La existencia más desgarradora de un poeta peruano la vivió en sus cortos 30 años Carlos Oquendo de Amat. (Puno, 1905 - Guadarrama, 1936). Qué no le pasó. Qué no le hicieron. De 1973 es una foto donde aparecen los poetas Jorge Pimentel y Arturo Corcuera frente a su tumba en España. El retrato tiene el signo del dolor, como si debajo de la tierra, Oquendo siguiese sufriendo. Y supongo que ese tormento continúa hasta la fecha. No obstante, está vivo. Y no dudo en afirma que su tiempo, los años 1927-1928, es el tiempo de la conformación de la literatura peruana contemporánea. Tres son sus pilares, Oquendo de Amat en poesía, Martín Adán en poesía y José Carlos Mariátegui en ensayo. Fecha del apogeo del vanguardismo peruano y de la esfera hispánica de las vanguardias.

Oquendo de Amat vivió entre las ciudades de Puno, Moho, Juli, Arequipa y Lima. Así, fue un adelantado desarriado. Socialista, amigo de José Carlos Mariátegui, Martín Adán, José María Eguren y Alberto Guillén, a los 19 años lee a Rimbaud, Mallarme y los poetas ultraístas españoles: De ahí sus versos “desde el tranvía/ el sol como un pasajero/ lee la ciudad”. Hace uso de la libertad para la imaginación y conquista de espacios necesarios para la expresión no solo vanguardista sino también de la época. Luego se hace un fanático del cine pero en ninguno de sus trabajos –de amanuense o profesor--, recibe un salario moderado. Así vivía ajustado, durmiendo en pensiones o casa de sus amigos. De su alimentación ni hablar, su dieta, un par de Chancay y su Agua de tilo y sin repetición. Sin embargo, le sobraba energía para poesía, la chilla, el hormonal espíritu para la revuelta.

Carlos Oquendo de Amat

A los 13 años murió su padre. Más que sorpresa había comenzado sus desgracias. Así supo del hambre, el más jodido. Luego fallece su mamá y todo se derrumbó. Aquella que era una mujer bellísima terminó sus últimos años en las garras del alcoholismo y otras enfermedades. Pero Oquendo de Amat no dejó de escribir poesía. Estando en La Paz Bolivia lo meten preso dizque por sus ideas políticas pero ya en 1932 lo nombran responsable en Arequipa del partido que fundara Mariátegui. Así se enfrenta a las feroces dictaduras militares de Luis Sánchez Cerro y Oscar Benavides. En 1934 es desterrado a Panamá. Luego viaja como polizonte a Costa Rica y México. Para sus amigos peruanos el poeta había desaparecido. Pero de pronto llega una carta donde cuenta que necesitaba viajar a Europa. Entonces lo ayudan. Le envía dinero y así parte a Francia. Oquendo quería defender la Republica Española en plena Guerra Civil. Pero su vida está marcada por el infortunio. Atacado de tuberculosis, apenas podía caminar. No obstante, viajó a España a enrolarse en las tropas republicanas. Fue imposible, su cuerpo había perdido su otra guerra, la interior. En estado de delirio, cuentan, falleció el 6 de marzo de 1936 en el hospital de Navacerrada. Afuera, comenzaban a oírse las primeras explosiones de la sangrienta Guerra Civil Española.

¿Y cómo era Oquendo? Alberto Tauro nos dice: "Recuerdo a Carlos Oquendo de Amat como un personaje singular, inconfundible. De mediana estatura, delgado; sus hombros caídos afectaban una compleja actitud, que por igual trasuntaba cansancio o timidez; y siempre lucía pulcramente, aunque su atuendo mostraba las huellas del uso... A todos era evidente que su vida cotidiana transcurría entre dificultades. Muchos la reputaban desordenada, y más o menos envuelta en los delirios artificiales de la bohemia; otros se limitaban a juzgar que había algún misterio en su falta de ubicación precisa, así como en el nimbo trashumante de sus apariciones y ausencias".

“Cinco metros de poemas” fue el único libro publicado por Oquendo de Amat en 1927. La obra sorprendió a todos. Se trataba de un conjunto de poemas de intensos versos (escritos entre 1923 a 1925) publicados en una sola hoja plegada en un listón que debía, según su consejo, leerse “como quien pela una fruta”. Para mucho parecía una rollo de papel higiénico de los de ahora o un contómetro de 24 centímetro de ancho y que a lo largo medía 5 metros y 16 centímetros en aquella primera publicación de la Editorial Minerva. Como todo lo bueno. Los señorones de la crítica ocultaron el libro aduciendo que se trataba de una chifladura. Así fue olvidado por décadas y hoy se le considera entre los más importantes libros de las vanguardias mundiales y a Oquendo de Amat como un poetas magistral. Todavía resuenan las palabras del joven Mario Vargas Llosa quien lo se inspiró en el poeta para su famoso discurso: "La literatura es fuego" con ocasión de agradeciemiento al recibir el premio Rómulo Gallegos de 1967. Dijo esa vez nuestro Nobel: “Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y "Cinco metros de poemas" de una delicadeza visionaria singular".

Quienes no conocen la biografía de Oquendo de Amat se equivocan al afirmar que su cosmopolitismo proviene de una serie de lecturas o de fotos de ciudades europeas. No, su cultura universal le viene por la vía de su padre. “No es nada novedoso entonces que un hijo inteligente con un padre que vivió en París ampliara en su juventud sus imaginarios viajes y nombrara ciudades como Nueva York, Viene, Amberes, lo que además, confirma que el padre le suministró una información fresca y permanente de su estadía en Europa” (JLA). Oquendo no es pues el provinciano hambriento que deambula por el Mercado Central de Lima, es más bien un poeta que a través de su imaginación estuvo en varios lugares a la vez, virtuosismo cosmopolitano en el que expresa su visión del mundo mediante el cual la magia de la poesía, lo hace posible viajar sin siquiera dar un paso.

Oquendo fue un peruano singular. Sí, como advierte Tulio Mora, este es el país de las grandes oportunidades perdidas y sus mejores hombres son inválidos o los asalta la muerte prematura: Mariátegui, Oquendo de Amat, Vallejo, Heraud, Arguedas, Flores Galindo, Javier Diez Canseco. Ese sino es permanente en las letras peruanas. Es sabido que el padre del poeta, el médico Carlos Oquendo Álvarez, instaló su consultorio en ese inmueble y que en otra época sirvió también como los talleres del periódico “El Siglo”. Pero aquí viene la cosa. Como me contó el también poeta puneño, José Luis Ayala, quien mejor conoce la vida y obra de Oquendo. “Que el Dr. Oquendo había enfrentado a terratenientes locales y al clero reaccionario quienes lo tildaron de ser un liberal doctrinario y masón confeso. Así lo atacaron, vejaron y hasta mandaron quemar el local. Por aquella razón, en 1908, el médico Oquendo y toda su familia se ve obligado a abandonar Puno”.

Pero quién es Carlos Oquendo de Amat y por qué tanto alboroto. Simple, es nuestro poeta vanguardista por antonomasia. Escribió un solo libro descomunal de solo 18 poemas. Sus analistas consideran que es: “un libro tan vivo y actual, lúcido y torrencial, cineástico y sintético que sigue irradiando su sobrecogedora belleza”. Es pues un libro acordeón y con música callada incluida. Con páginas desplegables horizontalmente, que se extienden como una película. Bien, ahora que sabemos de su enorme trascendencia estoy seguro que su obra influyó definitivamente en el “Pez de Oro”, la descomunal novela-río de Gamaliel Churata, otro escritor monumental de la zona del Alto Perú. Cierto y no lo dudo. Y vaya, no es poca cosa.

Tengo en mis manos la edición facsimilar publicado por la Municipalidad de Lima en 1983 y con prólogo original de Alberto Tauro. Es un libro entrañable, lo leo cuando estoy así o asá. En su tercera página el poeta nos advierte: “abra el libro como quien pela una fruta”. Y es cierto. Este breve ramillete de poemas estuvo olvidado largos años y fue gracias a Carlos Meneses, Omar Aramayo, el mismo Ayala y a Mario Vargas Llosa –preparó un hermoso discurso al obtener el Premio Rómulo Gallegos—que dignificó una vida sobrecogida por la soledad y la miseria, que es hoy un retrato mítico de la vida de un auténtico artista.

Los mandarines de la burocracia cultural en el Perú han ignorado olímpicamente la obra de Oquendo de Amat. Y ya lo dije, del Ministerio de Cultura no hablo. Para huachimanes de momias, ya hay suficientes. Pero me indigna esa falta de aprecio por la poesía que orquesta esa costra del clan de los regios de la DBA enquistada en esas oscuras oficinas donde, supongo, están cómodos los fantasmas de Kafka. La Biblioteca Nacional mantiene su revista “Libros & Artes” y cumple. ¿Y el resto? Yo recuerdo publicaciones como “Cultura y pueblo” gracias al esfuerzo de Arguedas y luego la revista “Textual”. Hoy solo trípticos y del Qhapaq Ñan no pasan. Que Oquendo de Amat era un ilustre desconocido para el canon de los poetas quisquillosos, es cierto. No obstante, los esfuerzos por devolverle su potencia creadora existen pero están enterrados en uno de los sótanos de ese elefante blanco de la Av. Javier Prado.

De mi biblioteca no me regodeo. Hay lo justo y necesario. Ahí, en un lugar protagónico luzco un libro: “Carlos Oquendo de Amat” de los autores Omar Aramayo y Rodolfo Millas (Editorial Cultura Peruana. Limas 2005). El pretexto es el homenaje al centenario del nacimiento del poeta y contiene una selección de 19 textos de los llamados ‘reputados’ publicados por aquí y por allá. Figuran el conocido de Vargas Llosa y Rosa Arciniega junto a testimonios de los profesores Tauro del Pino, José Varallanos, Emilio Adolfo Westphalen (entrevistado por Milla), Aparecen también semblanzas del hallazgo de su tumba gracias a Carlos Meneses, José Antonio Bravo, Esteban Pavletich, amén de los críticos José Luis Ayala, Monguió, Coyné, Belli, Ortega y otros. Termino, Oquendo de Amat dejó sus 5 metros de poemas. Hoy, nos queda sus millones de poesías ilustradas por el resplandor del tiempo.

Arquitecto del universo
“Carlos no era un escritor ortodoxo. Una vez le pregunté porque es que no había publicado otro libro. Me contestó más o menos así, que la poesía para él era un trabajo de alquimista, de arquitecto del universo, de una especie de viajero que en muchos lugares iba escribiendo alguna palabra. Me sorprendí cuando me dijo que no le interesaba la cantidad de libros y poemas que publicara un poeta, lo importante es –dijo—‘los metros de poesía porque había poetas que publicaban muchos poemas pero que su poesía alcanzaba unos centímetros apenas. Le pregunté sobre los poetas puneños, especialmente de Alejando Peralta, Dante Nava y Aurelio Martínez, sonrío y en su sonrisa pude ver el hecho de abstenerse de opinar para no comprometerse en un juicio valorativo. / Tal como se lo contó a Lizandro de Amat Machicao.
POEMA DE LA NIÑA Y DE LA FLOR

Sostengo dulcemente tu peso como brisa sobre una flor

bajará un ángel por tu forma la mañana

suena las golondrinas de los árboles

como cuando se caía la sortija de tu voz en el patio

a la orilla de tu piel hay un canto crecido

doy vuelta a mi pregunta la geografía es sentimental

inmersa en el estanque se abre tu sonrisa repetida

la Torre Eiffel a tu lado flor geométrica para los poetas puros.

(Poema publicado en la revista Amauta, Lima, N° 20, enero 1929, pág. 56)