No recibe visitas. Tajantes, dos enfermeras de la Unidad de Cuidados Intermedios en el quinto piso de la clínica San Felipe, me impiden ver al maestro. Fernando de Szyszlo está muy delicado e incomunicado. Solo sus familiares más cercanos lo pueden consolar. “Está entubado” me dicen. Fernando de Szyszlo Valdelomar acaba de cumplir 88 años este 5 de julio. Está afectado y sufrido él que es tan vital. Hace unos meses lo visité en su casa de San Isidro y ya lo vi desmejorado. Y hablamos de la muerte sin solemnidad. Y Szyszlo recordaba a su hijo Lorenzo quien falleció aterrizando en Arequipa y como esa perdida la comenzó a matar a su madre, la poeta Blanca Varela. Y me dijo que cuando él muera sus cenizas las esparcirán en la playa de La Herradura. Que ahí pasó los mejores años de su vida. Con la familia, con los amigos, con el arte, con la música y con las muchachas, las más hermosas de Lima, en trajecitos y los veranos de ese bronceado de la eternidad.

Y cuando uno lo observa, Szyszlo de patillas gitanas y cabello cano, de andar ágil y memoria prodigiosa, cumple una rutina asombrosa e incansable. Desde buen tiempo trabaja en su estudio del segundo piso de su casa. Y en esos días solo trabaja con luz natural. Pero ya andaba enojado con él mismo. Que no podía subir a sus escaleras rodantes para trabajar en sus pinturas de gran formato. Pero reflexionaba que era mejor porque así pasaba muchas horas solo tratando de encontrar su forma de expresión entre trazos abstractos, bocetos y botes de pintura, siempre con un fondo de música clásica. ¿Y la vida Szyszlo? Me mira y yo recuerdo su ficha: Que es hijo del físico polaco Vitold de Szyszlo y de María Valdelomar, hermana de Abraham Valdelomar. Que estuvo casado con la poeta Blanca Varela. Que estudió en el Colegio de la Inmaculada. Y luego arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería. Que no terminó, Que en 1944, ingresó a la Escuela de Artes Plásticas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Que a los 24 años viajó a Europa donde estudió las obras de Rembrandt, Tiziano y Tintoretto. Dice también que hoy es el artista plástico más importante del Perú.

szyslo con Octavio Paz y Vargas Llosa

Es entrañable de Mario Vargas Llosa. Antes, de Octavio Paz, su mentor. Ambos premios Nobel. Curioso. Szyszlo es un militante perpetuo. Siempre está opinando de lo real más que de la realidad. Es un demócrata y sus análisis tienen fondo político. Hoy me hubiese gustado conversar con él para que ilustre con su lucidez de hombre de su tiempo en el Perú. Hoy me hubiese gustado irme de su casa porque el maestro tiene que trabajar. El que casi convulso, pinta todos los días y que esa rutina, desde joven, lo ayuda a tragarse la vida. Premiado por todos, reconocido en el mundo contaba que lo más fascinante en toda su existencia es pararse frente al lienzo en blanco y parir una pintura. Entonces traza un plan pero conforme avanza es un sueño que se le va escurriendo de sus pinceles y en ese trance, sigue trabajando que es el único talento que Dios le dio y no el de ser artista.

ESA BELLA MUCHACHA

La muchacha era bella como el incendio de un atardecer. La muchacha acababa de cumplir los quince años y era hija de la escritora Serafina Quinteras. La bohemia limeña de su tiempo no le era ajena. A su edad, asistir a la peña Pancho Fierro de las hermanas Bustamante --Celia era la esposa de José María Arguedas—la obligaba al canto y a tocar guitarra. Y un año luego ingresaría a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para estudiar letras –en la vieja La casona del Parque Universitario—y ahí fue admirada por los jóvenes poetas de lo que sería la brillante generación del 50. Así se hizo amiga de Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson. Cierto, y de un joven pintor que se escaba de la los predios de la universidad Católica de la Plaza Francia para celebrar la vida. La muchacha se había enamorado y se llamaba Blanca Varela. El pintor era Fernando de Szyszlo y ahora estoy conversando con él. En 1947 se casaron de un arrebato como un relámpago feliz y viajaron, viajaron mucho y de tanta felicidad nacieron Vicente y Lorenzo. Szyszlo luego de su divorcio se casaría con Liliana Yábar.

Y ahora me está contado que en 1946, con los jóvenes que luego sería la generación del 50, ya frecuentaba la Peña Pancho Fierro. Entonces ahí estaba Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Sologuren, Enrique Iturriaga y claro, el maestro Emilio Adolfo Westphalen. Todos querían conocer más de Picasso, de Matisse. Pero estaban fascinados de pronto por el arte primitivo, obvio, ahí entraba también Vlaminck, Derain. ¿Y Arguedas? Que era un apasionado por los poemas, canciones y fiestas quechuas. Arguedas era del mismo año que Westphalen, ambos estuvieron presos por lo de la guerra civil española. Y de pronto aparecía César Moro. Y ese interés por lo precolombino peruano se fue trasladando al arte popular peruano, el arte actual del Perú indígena. Así, aquel descubrimiento y los efluvios del surrealismo, que venía por línea directa de André Bretón, los incendió a todo aquel grupo en un aprendizaje deslumbrante y colosal.

SU PRIMERA VENTA

En 1963, Szyszlo organiza una muestra en el recordado Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) que llevaba el nombre de un poema quechua anónimo: Apu Inca Atawallpaman. Era ese tiempo donde Szyszlo trabajaba de todo. Y fue esa vez cuando vendió sus primeras pinturas. “Fueron trece cuadros y se vendieron seis. Ahí comencé en realidad no solo a vivir de la pintura sino a descubrir mi camino. Esa es la exposición más importante de mi vida. Luego vendría lo de Brighton Press, una editorial de California. Ellos me dijeron que escogiera un poeta peruano y cuatro de sus poemas para hacer una suerte de catálogo bilingüe que debía acompañar con cuatro aguafuertes mías. Yo escogí a Westphalen cierto. Lo llamamos entonces “Artificio para sobrevivir”. Aquellos poemas y mis pinturas tenían cierto corte erótico. Hay una muchacha que en sueños se va transformado en una viola de gamba, el instrumento portugués y el poeta la toca entre sus piernas y apretándola. Éramos muy osados. Sí, y aquello producía cierto escozor en Lima”.

Szyszlo

Fue en Paris donde Szyszlo reflexiona y comienza a valorar el periodo precolombino de la cultura Chancay al norte de Lima. Antes el arte precolombino era ignorado. Szyszlo descubrió que era una etapa muy compleja con un arte creado con técnicas muy elementales, su cerámica y sus tejidos. Primitivos, ingenuos y poéticos. Y luego el gran proceso Wari y sus huacos sin ningún alarde técnico y las telas tan sofisticadísimas a la vez que luego le fueron influyendo tanto como la pintura de Rembrandt. Pero conoció a Rufino Tamayo y fue ilustrado en que el arte moderno se expresa en un lenguaje libre vinculado a la raíz de uno, su identidad. Y así surgió ese tejido pictórico de la amalgama de arte moderno y arte precolombino. En el medio, las corrientes indigenista de José sabogal. Entonces descubrió su estilo. Rotundo, inmarcesible.

Ahora está sentado en su poltrona y mueva la pierna izquierda. Y me dice que es complicado ser artista. Que aquí o en cualquier parte del mundo es como una maldición. Las cosas nos afectan un poco más. Es que tienes la piel un poco más delgada. Hoy –me cuenta—que hay que decirlo, que él puede vivir de su arte. Pero el resto no. Entonces la mayoría de jóvenes optan por hacer cosas que están a la moda, que no tienen significado, que no tienen contenido. Aquello que las galerías quieren, lo que al final se vende. Y remata: “Ser poeta o músico en el Perú es una tragedia. Si bien para un pintor es un milagro vivir de su pintura, para un poeta es imposible vivir de su poesía”. Y no le pregunté de la muerte, como está de moda hoy en los periodista pero Szyszlo me despidió esa tarde con otras tantas sentencias. Aquello de que pintar lo ayudó a soportar una cosa tan insoportable y tan inaceptable como es la muerte de un hijo. En su serie Sol Negro, Szyszlo trabajó en pinturas dedicadas a su hijo muerto. Aquello es uno de sus trabajos más terribles y descarnados. El maestro ha vivido estos últimos años con la muerte ajena a su costado. Y yo sé este hombre, que ahora está luchando por su vida en la clínica San Felipe donde le han prohibido las visitas, ya no tiene futuro, solo presente.

LA FIESTA DE PARÍS
“Octavio Paz toda su vida tuvo gran interés por las preocupaciones de los jóvenes y cuando nos conocimos inmediatamente me adoptó en París. Tenía ocho años más que yo y estaba escribiendo El laberinto de la soledad. En el Café Flore coincidíamos también frecuentemente con Julio Cortázar y compartimos momentos estupendos. Pero el verdadero lugar de encuentro era la casa de Paz, debido a que era el único que no vivía en un hotelucho. Él era Secretario de la Embajada de México y residía en la avenida Víctor Hugo, en un sitio tan privilegiado, que jamás he vuelto a dormir en la ribera derecha en París desde aquellas veces que amanecimos en ese lugar ejercitando nuestro cinismo. Octavio nos llevó (a Blanca Varela y a mí) a un café de la Place Blanche, donde se reunía el Grupo Surrealista. Y allí conocimos a André Breton quien nos invitó a su casa, ubicada en el 42 de la calle Fontaine. En la puerta había un implacable letrero que decía: Nada de entrevistas, nada de prólogos. No se recibe sin cita previa. Era un lugar extraordinario. Tenía grandes pinturas, era un verdadero templo de la imaginación artística. Desde un De Chirico enorme a la entrada, hasta cuadros de Picasso, Miró, Klee; arte mexicano y peruano, varios Ernst, y algún Dalí de la buena época, anterior al pleito. Dos décadas después los latinoamericanos nos hicimos contemporáneos de todos los hombres”. De Szyszlo / “El homicidio de un sueño”.
ARTE DEL ANTIGUO PERÚ
“Su lenguaje es esencialmente el de la abstracción moderna, cuyos grandes y sobrios trazos recuerdan los de Hartung, Soulages y Rothko, o a veces los de Tamayo. Pero esa semejanza remite a una muy lejana fuente de inspiración: la del arte del antiguo Perú, especialmente el de las culturas preincaicas de la costa, como Paracas, Nazca o Chancay. Estas culturas produjeron tejidos y ceramios de una asombrosa perfección, cuyas formas presentan altos grados de abstracción formal, combinaciones cromáticas y rigor geométrico que pueden ser tan modernos como una tela de Klee. El arte de Szyszlo tiende así un puente entre lo contemporáneo y lo ancestral, recordando un poco lo que hacía –con otros propósitos– el poeta y artista visual Jorge Eduardo Eielson, compañero suyo de generación que exploró los caminos que llevaban de lo “primitivo” a la vanguardia. El sustrato indígena al que hacen referencia explica títulos como “Puriq Runa” o “Puka Wamani”. Pero está muy lejos de ser un pintor “indigenista”; al contrario, representa un esfuerzo por superar el espíritu provinciano que suele estar asociado a esa tendencia en este continente y por representar nuestra herencia precolombina como parte de un legado universal con un valor perenne. / J.M. Oviedo.